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de la pública a la Telecinco italiana
recién llegada, fue la inmensa e
irrepetible Rafaela Carrá, aunque
lo su vínculo con la cadena que por
entonces dirigía Maurizio Carlotti
duró menos que un capítulo de Pa-
quita Salas. Antes del salto, donde
realmente triunfó fue en ¡Hola Ra-
faela! Ella, su español italianizado
y su melena rubia platino enamo-
raron este país con un espectáculo
hecho a su medida, en el que reunía
a millones de espectadores desde
los hoy derruidos estudios Buñuel,
los mismos que fueron testigos de
toda la magia del Un dos, tres… Un
escenario inmenso lleno de bailari-
nes y artistas en el que el alma era
la italiana y tres sofás en los que se
sentaban los famosos de la época,
muchos hoy susceptibles de con-
vertirse en cameos de Paquita Sa-
las si es que no han aparecido ya.
Había un hipnotizador del que todo
el mundo hablaba al día siguiente ,
estaba Loles León pizpireta y pican-
te que copresentaba con Marianico
el corto, había humor del pasado,
también entrevistas, concursos sen-
cillos y mucho espectáculo, hoy di-
fícilmente posible, en consonancia
con la España de antaño en la que la
cosificación y el machismo se vivía
con lo que hoy sería una espantosa
naturalidad. La tele ha evoluciona-
do, que no avanzado, en muchos as-
pectos, los presupuestos de los pro-
gramas no son los mismos, como
tampoco lo son los gustos, la socie-
dad y los abultados talonarios. Eso
sí, las curvas hoy siguen mandando,
pero las de una audiencia cambian-
te aunque siempre soberana.
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