En plena efervescencia de los años 80, cuando España despertaba de décadas de represión y buscaba definirse a sí misma, surgió en Valencia un fenómeno que no solo cambió la estética, sino también la actitud frente a la moda: Tráfico de Modas. Un estallido de luz, color y provocación que, con espíritu rebelde y familiar, desafió las reglas y conquistó la pasarela Cibeles de Madrid y el Salón Gaudí en Barcelona. Hoy, la exposición ‘Tráfico de Modas 1980-1993. Arrebato, juego, familia’ (en el Centre Cultural La Nau de Valencia, disponible hasta el mes de octubre) rescata su legado. A través de ella y de la voz de Pedrín Errando, diseñador y modelo del proyecto, comprendemos por qué Tráfico fue —y sigue siendo— más que moda, una forma de vida.
Tráfico de Modas fue una revolución estética que emergió en los 80. ¿Qué contexto social y cultural lo hizo posible desde una ciudad como Valencia?
Tráfico de Modas es, por una parte, un proyecto de diseño, pero, por otra parte, es una experiencia vital para nosotros, fue el paso de la adolescencia a la madurez. De hecho, en las analógicas del inicio de la exposición se ven esas miradas tan brillantes, de personas que parece que te cuentan solo la mitad de lo que están viendo, con cierto misterio. El universo ochentero, además, es un contexto tremendo, impulsado por los estimulantes que había a nuestro alrededor: físicos, emocionales y químicos (risas). En el resto de Europa fue un momento muy creativo y dinámico, pero especialmente en España, debido a que, por la dictadura, la sociedad, la cultura y la estética habían estado muy reprimidas. Por eso, hubo que hacer un cambio y lo hicimos encantados.
¿Cómo se gestó esta aventura creativa dentro de los Errando Mariscal? ¿Qué aportaba cada uno?
Coincide con la historia personal de una familia muy burguesa, no obstante, cuando yo tengo diez años, fallece mi padre y eso provoca una ruptura de ese hogar ubicado en El Parterre. Eso me ha influido a lo largo de mi vida por querer recuperar ese sentimiento tradicional de familia de ir todos a una, por eso se podría decir que, para mí, Tráfico de Modas surge como la respuesta a esa pérdida.
La marca desfiló en Madrid y Barcelona, pero su alma siempre fue valenciana. ¿Qué significaba para vosotros trasladar esa energía local a las grandes pasarelas nacionales?
En ese momento conviven muchas propuestas creativas diferentes en todas las disciplinas: música, arte, pintura… Algunas eran más agresivas u oscuras, pero nosotros, que veníamos de Valencia, apostamos por la luz, por el optimismo, incluso por la ingenuidad. De hecho, nuestros inicios no se entienden sin esa actitud transgresora, rebelde y muy provocadora.
Lo performativo era casi político.
Porque tocaba. Las generaciones anteriores, comprometidas con la lucha antifranquista y mucho más politizadas, renegaban de lo que estábamos haciendo porque les parecía frívolo. No obstante, con el tiempo se han dado cuenta de que ese trabajo era más importante de lo que creyeron entonces.
Y sí, efectivamente, era una actitud muy política, por ejemplo, con la androginia, que es descarada en el retrato que aparece como póster de la exposición. Hoy, precisamente, hay una gran reivindicación entorno al género, hace 40 años lo manifestábamos de manera más intuitiva, menos seria, quizás. Además, muchas de las cosas que en ese momento estaban en el punto de mira se convertían en política. La moda es ejemplo de ello, porque es probablemente la herramienta más importante para generar tu propia identidad.
Tu papel como diseñador y modelo fue especialmente icónico. ¿Cómo vivías esa dualidad?
(Risas). Nunca me he considerado modelo y eso que en parte llevas razón. Ouka Leele retrató a toda la movida madrileña, también a una parte de personas vinculadas con el diseño en Barcelona, y me usó para alguna sesión en la que quiso dar una imagen casi de personaje renacentista, pero nunca fue lo mío.
Vuestro universo se alimentaba de referencias musicales, visuales, cinematográficas… ¿Qué artistas, bandas o corrientes os influenciaban entonces?
Jugábamos mucho con todas las referencias artísticas, también con símbolos patrios e ironizábamos sobre ellos. Pero te diría que “la alegría de vivir” es la frase que mejor lo resume. Se ve en el color, en la luz, que inevitablemente me recuerda a Sorolla o los estampados que respiran referencias a Miró o Picasso. En cuanto a la música, me da pena que no se puedan escuchar las canciones de los desfiles, creadas por Miguel Jiménez, productor musical de la Ruta del Bakalao. Yo siempre he tenido una sensibilidad especial por la música, era un elemento imprescindible en el desfile y en todo nuestro universo.
Si hablamos de cine tenemos que mencionar que Tráfico apareció en “¡Átame!” de Almodóvar, con el que compartís la esencia del color. Si España fuera uno, ¿cuál sería?
El rojo, ¿no? Es el que diría todo el mundo, seguro. Aunque me parece que es una trampa contestar, porque el negro, el blanco y el rojo, que son colores muy comunes, también los han usado fascistas. El color es algo importantísimo, por supuesto en cualquier arte, pero en la moda adquiere un significado brutal, porque combinan entre sí. Por ejemplo, está prohibido por el “buen gusto” combinar fucsia y naranja, un negro impoluto transmite mucha fuerza, con el blanco hay que llevar cuidado, porque parece que celebras tu primera comunión o tu boda (risas). Fuera de bromas, no me atrevo a quedarme con uno, España es de muchos colores.
La exposición que ahora se inaugura recoge ese legado pionero. ¿Qué sentiste al ver reunido todo ese universo creativo la Nau?
Miedo. La iniciativa partió del Archivo del Diseño de la Universidad de Valencia, en colaboración con La Nau. El cierre forzoso de Tráfico de Modas fue un momento muy doloroso, porque habíamos alcanzado una posición privilegiada y el proyecto estaba en un punto de madurez creativa muy importante. Cuando algo se rompe así, de golpe, cuesta mucho entenderlo.
En ese momento, decidí irme con mi hermano, Javier Mariscal. Me incorporé a Estudio Mariscal como director creativo, y allí estuve 30 años. Luego, empecé Palo Market Fest, porque para mí era importante mantener ese vínculo con los jóvenes. Por eso, esta exposición tiene un valor simbólico muy fuerte, es como abrir una grieta en ese muro, una forma de dar visibilidad al trabajo.
¿Qué lectura crees que harán las nuevas generaciones?
Con cierta envidia, a lo mejor. Nosotros tuvimos nuestro hueco en España, en un momento que había mucho camino por recorrer y lo hicimos a toda velocidad. Hoy la situación es distinta, el sistema de hiperconsumo capitalista lo ha copado todo y abrirse camino ahora cuesta más. Aun así, merece la pena intentarlo.
De hecho, la marca vivió su declive debido a la aparición del fast fashion en España, ¿cómo crees que es la situación actual para la moda de autor?
Dentro de todos los sectores, la moda ha sido siempre uno de los que ha cambiado más deprisa. Los canales de distribución han ido transformándose a una velocidad vertiginosa, y la irrupción de la fast fashion fue devastadora. En muy poco tiempo, desaparecieron muchísimas marcas que no pudieron adaptarse a ese modelo de consumo tan extremo. El mercado quedó dividido en dos polos muy claros: por un lado, el producto barato, de usar y tirar; y por otro, las grandes marcas de lujo, que siguen ocupando ese otro extremo. Eso nos deja, claramente, ante un gran problema de sostenibilidad. Un sistema completamente desbordado, que no solo genera residuos materiales, sino también culturales y humanos.
¿Hay hueco para la esperanza?
Los jóvenes adoptan una mirada política ante el consumo y apuestan por modelos alternativos: el comercio local, la producción responsable, las fibras no contaminantes… En ese sentido, se está construyendo algo distinto, con conciencia y con valores.
Lola Errando, tu hija, continuó en una colección cápsula el legado de la marca. ¿Qué se mantuvo intacto del ADN de Tráfico?
Para ella fue una experiencia muy especial, no se trataba de reproducir ni de repetir, sino de inspirarse en algunas prendas y estampados icónicos de la marca.
Si tuvieras que elegir un momento que sintetice el espíritu de Tráfico de Modas, ¿cuál sería y por qué?
Tráfico, yo siempre lo digo, nació con un éxito precipitado y terminó con una muerte prematura. Fue como un suspiro, que nos duró apenas diez años. A veces bromeo diciendo que fueron “diez años a dos palmos del suelo”, por eso los maniquíes de la exposición parece que levitan.
Después de todo este recorrido, ¿cómo te gustaría que se recordara Tráfico de Modas en la historia de la moda española?
Con mucho cariño, lógicamente. Creo que la exposición está muy cuidada, porque hay una mezcla de lenguajes: están los dibujos, las prendas, pero también la fotografía, que aporta una dimensión más íntima. El que lo vivió, lo ve con cariño y nostalgia. Y quien no lo vivió, pensará: what a time to be alive.