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Rubén Talón pone el broche de oro a la temporada del Palau

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El pasado viernes 22 de junio, a las 19.30 de la tarde, la Sala Iturbi del Palau de la Música de Valencia no tenía butacas vacías, el joven pianista Rubén Talón tenía su cita anual con el público valenciano, con la Orquestra de València en un muy buen momento y bajo la batuta del maestro Miguel Romea.

El concierto comenzó con Clinamen, una obra breve del compositor César Cano, (Valencia 1960), que debería ser mucho más interpretada y conocida por el gran público. En apenas 15 minutos asistimos a toda una deslumbrante sinfonía con toda esa “exuberancia sonora multicolor” descrita en el programa de mano. Ya desde ese momento se pudo disfrutar de una fantástica Orquesta de Valencia dirigida por el maestro Romea con carácter e inspiración a lo largo de toda la tarde.

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Lo siguiente fueron los intensos acordes del inicio del concierto para piano nº 2 de Rachmáninov a cargo de Rubén Talón. Se trató de un concierto que desató grandes emociones desde su inicio hasta el final y el pianista se entregó de fondo a ello, con los riesgos que ello implicaba. Asumiendo esos peligros, Rubén Talón destacó por su musicalidad y claridad de fraseo. Cada matiz, cada línea melódica estaban perfectamente estudiados para expresar con perfecta nitidez la direccionalidad de cada fragmento. Sólo desde una sólida base técnica como la suya y desde un estudio profundo de la partitura, se puede solventar con naturalidad las tremendas dificultades que planteaba este concierto. En este sentido hay que destacar la aportación de Talón sacando a la luz polifonías internas que dieron a la interpretación una gran riqueza. El público lo sintió así, con casi seis minutos de aplausos que se aplacaron con el Preludio “del muerto” de Rachmáninov como bis ante un silencio cortante, hasta los teléfonos móviles callaron en esa sala tan llena.

Rubén Talón

La segunda parte tenía un listón muy alto que superar y la posibilidad de que la orquesta se entregase a una interpretación rutinaria de lo que es una de las obras más frecuentes del repertorio orquestal, la Sinfonía Heroica nº 3, Op 55 de Beethoven. Lo cierto es que no sucedió así, la interpretación sonó fresca y viva (excepto en la Marcia Funebre por motivos obvios). El maestro Romea supo sacar lo mejor, no sólo de la orquesta como conjunto, sino de los grandes solistas que en cada una de las secciones tuvieron cabida en esa gran sinfonía. Fue una gran tarde.

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