Una oda a la historia de la iconicidad en la decoración

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Me atrevería a asegurar  que los labios -y por ende, la boca-  son el emisor y receptor más preciso de nuestro cuerpo. Unos contorsionistas de deseo, asco o de alegría en la cuerda floja de las emociones. Músculos convertidos en altavoz de declaraciones, cómplices de  secretos y susurros, o simples palabras vacías. El asiento de nuestros sentimientos. Por haber, hay labios hechos arte e iconografía de una época. Humedeciendose a su vez entre la censura y el simbolismo. Llegando y dejando el legado hasta hoy en día por ejemplo, del surrealismo hecho material, la idea personal y única  hecha forma y comisura. 

Así es el caso de la composición/descomposición en el cuadro del pintor Salvador Dalí que representa un apartamento cuyos muebles conforman la cara de la actriz Mae West. A raíz de éste, Dalí, creó una performance – ambientación de un salón con trazos vanguardistas y  pinceladas surrealistas junto al millonario Edwars James. Obteniendo tal éxito que Dalí diseñó un sofá similar a los labios del cuadro y de donde se sacaron cinco copias. El sofá original estaba fabricado en madera y satén siendo fijación del autor la búsqueda de la tela de satén más brillante del mercado.. Actualmente existen varias copias aun en exposición, una de ellas adquiridas en subasta por el Victoria & Albert de Londres. En 1972, Salvador Dalí decidió modernizar el soporte y crear un sofá más cómodo acudiendo a  Oscar Tusquets Blanca.

Además esta pieza ha sido utilizada por fotógrafos y diseñadores en sus sesiones de fotografía, gente que se nutrió del surrealismo como Elsa Schiaparelli o más actuales como Diane Von Fustenberg. Una pieza, que también se coló hace poco en la película House of Gucci, y que cogió protagonismo al ser objeto de comentarios frívolos de los personajes de la misma escena. Un sofá con mucho carácter propio  pero que dota de personalidad tanto al lugar como a la persona.

Porque quizás, la clave de esta vida, sea, echarle morro. 

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