Joan Verdú, el calígrafo que pinta, el pintor que escribe

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Por Josep Lozano

Hay días fríos aunque salga el sol, que según Joan siempre era masculino, y el lunes en el que te despedimos se convertía en gélido al pensar el vacío que dejas entre los que compartíamos tus palabras y frases con dobles y triples sentidos, tus anagramas trastornados, tus dobles juegos o tu surrealismo fonético.

Como artista, y como apuntaba tu hermano en el panegírico, ‘’eras especial y espacial’’. Supongo que se refería al significado de singularidad cuando se habla de personas especiales, a mí me interesó más lo de espacial, porque ocupabas y ocupas un lugar grande, muy grande, y sobre todo porque ‘volabas’.

Volar en el sentido de que jamás te ha importado ganar o perder, volar porque el riesgo ha sido y es lo más importante en tu obra, volar porque no había espacio ni horas ni en tus ideas ni en tus formas. Y también volar porque siempre apostabas en tus juegos como un gran tahúr, sin pensar en retroceder ni retirarte en ningún momento.

Yo siempre te he visto como un niño grande que no ha dejado de jugar, bajo ninguna circunstancia, y eso me atraía porque me veía como un niño pequeño viéndote jugar.

Algo que tendríamos que replantearnos y que nos hace pensar en las vidas de los mortales en general en las que el miedo nos impide crecer. Y tú, querido Joan, eras grande, con tus iconos concretos o tu manera tan peculiar de escribir, con esa caligrafía que como tú bien decías se te daba muy bien.

Definirte como artista hijo de pop, o como nieto del surrealismo es demasiado simple. Y diría más bien que tu figura está más cerca de ser una estrella del pop y del pap pero no del pip, sonido del teléfono enemigo tuyo al que jamás llegaste a considerar un avance tecnológico, sino más bien un retroceso mental.

Sé que hace 25 años querías hacer una poesía visual de los malos, que hay muchos, como un poeta visual de los de antaño, como lo fueron Brossa o Chema Madoz, pero te salieron una serie de optotipos con otro tipo de letras que en vez de medir dioptrías –si es que esa era la función-, lo que nos mide es la capacidad de entender la vida.

Y así, aunque no tengamos una idea exacta de hacia dónde va nuestro trabajo, como tú repetías, porque de lo contrario nos saltaríamos las etapas intermedias, estamos constantemente desviándonos por sendas que en nuestras vidas se bifurcan hacia todos lados, y a diferencia de a ti que las hubieras explorado todas, acabamos volviendo al camino principal sin acabar de explotar lo que esos caminos nos ofrecían.

Me quedo con tu frase de una última autoentrevista sin publicar, en la que dices ‘’Creo que la vía del arte no constituye una experimentación ni una investigación, sino más bien una exploración’’.

Sigue explorando, querido amigo, desde donde estés, que los demás seguirán expectantes a tus nuevos anagramas donde nos hagas confundir a santos e inocentes, como tu espléndido juego de ‘mar-i-nit’ (en vez de Martini), o ‘no robes’ (en vez de Osborne), o como el que se exhibía en tu funeral, ‘master-class’ (en vez de master card).

Michelin y yo los estaremos esperando.

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