La casa Gucci: Exceso, lujo y buenas interpretaciones

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No hay nada que entusiasme más al público que una historia que comienza con la advertencia “Esta historia está inspirada en hechos reales”. Dentro de este peculiar grupo de obras cinematográficas existe un subgénero que es especialmente llamativo: el compuesto por aquellas historias reales que distan mucho de ser grandes gestas heroicas.

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No hay nada que entusiasme más al público que una historia que comienza con la advertencia “Esta historia está inspirada en hechos reales”. Dentro de este peculiar grupo de obras cinematográficas existe un subgénero que es especialmente llamativo: el compuesto por aquellas historias reales que distan mucho de ser grandes gestas heroicas. En ellas no suele existir un ápice de bondad en los personajes más destacados y generalmente se caracterizan por la lucha motivada por sentimientos codiciosos e insanos, véase “El lobo de Wall Street”, película en la que Leonardo Dicaprio interpretaba a un excéntrico y desquiciado Jordan Belford.

La cinta que nos ocupa en esta ocasión narra la batalla empresarial y personal de la familia Gucci por hacerse con el control de una de las firmas de moda más rentables de la historia. “La casa Gucci” es, por tanto, exceso y estilo a partes iguales. Un despliegue de grandes actores que, en función de quien los observe, muestran un histrionismo desmesurado o una de las mejores interpretaciones de su carrera. Así es, “La casa Gucci” no deja de ser una obra cinematográfica que divide a la opinión pública y a la crítica, ya que tienen grandes elementos y momentos en que esos mismos elementos saturan. En ocasiones, lo difícil es concluir si esa saturación responde a la intención del director como único elemento para introducir al espectador del modo más realista en la historia o, por el contrario, se trata de una visón tosca de un cineasta que ha sacado conclusiones muy personales del libro de título homónimo de Sara Gay Forden, realizado a partir de más de 100 entrevistas que la autora llevó a cabo para obtener una imagen lo más próxima posible a la realidad. 

Al margen de todo lo mencionado anteriormente, se trata de una pieza absolutamente entretenida, cuyo dinamismo y los ya señalados excesos garantizan que el espectador no desconecte ni un momento de la trama. Cuando se trata de entretenimiento, ¿qué importancia tiene que Tom Ford (personaje que aparece en la película y responsable del resurgir de la firma Gucci en los 90) diga que los hechos no se corresponden con la realidad y que la historia está hecha a medida de los actores? Desde mi modesto punto de vista, solo suma morbo y promoción al espectáculo, así como la amenaza de demanda proferida por los herederos de Aldo Gucci que acusan a Ridley Scott (Director) de “retratar a la Gucci  como mafiosos y excéntricos”. No es necesario ser purista en demasía para apreciar el desarrollo fílmico de una historia con personajes reales y buenos actores, cuyos acontecimientos concluyen con un asesinato, hecho sobre el que poco se puede matizar, por mucho que Patrizia Reggiani (Personaje al que interpreta de forma magistral Lady Gaga) intente sumarse a ese carrusel de ofendidos que aseguran una falta de fidelidad absoluta a los hechos narrados en la película.

Cuando salí del cine al acabar la proyección tenía claro que había disfrutado de una buena historia, bien documentada, excesiva en ocasiones y salpimentada por interpretaciones memorables, en ningún caso exenta de atractivo y diversión.

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